Por MSc.
María Delys Cruz Palenzuela
La
muerte del mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz acaecida en el
campo de Jimaguayú, el 11 de mayo de 1873, siempre ha sido tema
palpitante, de vibrante intensidad.
¿Cómo
murió Agramonte?
En
torno a este acontecimiento se han escrito muchas versiones, una de
las más difundidas es la
del historiador Jorge Juárez Cano, la que forma parte de los fondos
del destacado investigador en el Archivo Provincial de Historia, de
la que tomamos aspectos que pueden, al menos, aproximarnos a lo
sucedido.
Nos
proponemos ser exactos, veraces y sobre todo lacónicos, para rendir
nuestro cometido lo mejor posible, afirmaba entonces el
historiador a quien de inmediato continuaremos leyendo.
Dos
de los documentos que conocemos sobre el combate de Jimaguayú, o
sea, el parte oficial español y la anotación que hiciera en el
“Diario de Campaña” de la División de Camagüey, el teniente
coronel Ramón Roa a la sazón ayudante y Secretario de Agramonte,
presentan a simple vista exageraciones e inexactitudes de tal
magnitud, que algunos extremos del contenido de ambos instrumentos no
pueden tomarse en consideración, porque desfiguran, desnaturalizan
por completo los hechos sucedidos y acusan hasta falsedades que los
vivían de nulidad, si cabe decirlo.
En
efecto: el parte español publicado por “Diario la Marina” de La
Habana, el 13 de mayo de 1873 dice: que los cubanos tuvieron 80
muertos y varios heridos, otro parte oficial que inserta Pirala en su
obra “Anales de la Guerra de Cuba” afirma que Agramonte con su
caballería y alguna infantería, quiso introducirse en el campo
español y que los soldados del batallón de León, en brillante
carga a la bayoneta, arrollaron a los cubanos, que huyeron
vergonzosamente a la desbandada; lo que es completamente falso, pues
nada de ellos ocurrió allí, registrando los cubanos 24 bajas entre
muertos y heridos solamente.
Agramonte
cayó herido mortalmente por una bala española; el entonces coronel
Serafín Sánchez, desde Key West, en 1893, escribió de acuerdo con
ello; otros escritores, entre los que figura el Dr. Eugenio
Betancourt Agramonte, nieto del general, también aseveran que éste
murió frente a la línea de fuego de tiradores de León.
El
caso que nos ocupa sucedió así:
Ya
formalizado el combate de Jimaguayú, el mayor Agramonte, sobre su
brioso “Ballestilla” acompañado de su ayudante el teniente
villareño Jacobo Díaz de Villegas y sus ordenanzas montadas Diego
Borrero y Ramón Agüero trató de atravesar el potrero donde se
libraba la batalla en momentos que disminuyó visiblemente el volumen
de fuego de ambos bandos contendientes. En el trayecto a recorrer,
tropezó de improviso con un flanco enemigo integrado por la 6ta.
Compañía del batallón de infantería León, que entonces mandaba
el teniente Don Saturnino Díaz Pastor y que se mantenía en
observación, desplegada en guerrilla, oculta entre la alta yerba de
guinea que sellaba el fértil potrero.
Los tiradores hispanos dejaron
que el grupo mambí se acercase a la línea y entonces a boca de
jarro hicieron una descarga, a resulta de la cual cayó el prócer,
herido mortalmente en la cabeza por una bala de plomo endurecida, de
fino calibre, de fusil sistema “Remington” mod. 1873 de que
estaba armada dicha unidad. Seguidamente la compañía continuó
¡fuego a discreción! Entonces fue herido el teniente Díaz de
Villegas, más tarde rematado al machete por los guerrilleros
criollos al servicio de España que marchaban con la columna de León.
El
ordenanza, sargento Varona, cuando vio al Mayor caer del caballo,
corrió en su auxilio descabalgó y trató de echárselo a cuestas
para sacarlo de allí, protegido por la hierba que lo cubría pero no
pudo con el cuerpo inanimado de su general y buscó el caballo para
llevar a cabo su propósito, notando entonces que ambas cabalgaduras,
la de su jefe y la suya espantadas por los disparos de León habían
desaparecido de aquellos alrededores. Entonces Varona regresó a pie
a sus líneas y se refugió en la compañía de infantería que
mandaba el entonces capitán Serafín Sánchez, apostada en la
entrada de la vereda de “Guano Alto” y dio a este oficial cuanta
de lo ocurrido. Mientras tanto Borrero que vio caer al Mayor y al
teniente, se retiraba precisamente al Estado Mayor donde a su vez dio
la fatal noticia.
Como
ya los españoles habían tocado ¡alto al fuego! Y retirada, y
contra marchaban a Cachaza, los cubanos, que se replegaban a Guayabo,
acordaron que el capitán Sánchez continuara con su unidad sobre el
campo buscando los muertos y heridos caídos en el fragor de la pelea
y luego, sobre el “rastro” se retiraba al vivac insurrecto.
Un
mestizo asistente de Agramonte, que durante el combate se había
mantenido a la impedimenta, cuando supo la novedad acompañado de
otro soldado blanco, joven y cuyos nombres no hemos podido averiguar,
ambos montados, se dirigieron al lugar de la acción cuando ya la
compañía de Sánchez se replegaba al campamento cubano; la
retaguardia de esta unidad explicó al mulato detalles del suceso y
le indicó la tumba del bravo Díaz de Villegas, que acababa de ser
inhumado. Los dos soldados llegaron hasta este lugar y de allí
partieron directamente al punto donde encontraron el cadáver del
Mayor, sin sombrero y sin armas.
Cuando
el asistente mestizo se cercioró de la muerte de su amo, se bajó
del caballo, despojó al cadáver de “la culebra” o sea, el cinto
de cuero colmado de monedas de oro que llevaba en la cintura, la
cartera del bolsillo con algunos objetos y cartas particulares y la
bandolera, de la cual pendía un bulto repleto de correspondencia
oficial. Terminado este acto de pillaje montó nuevamente a caballo y
ambos tomaron a Cachaza, en el trayecto echaron la bandolera con su
contenido en el pozo de un batey abandonado y continuaron marcha,
para caer más adelante en una avanzada o guardia del campamento
español, establecido ya en dicha finca Cachaza. El jefe de la
patrulla envió a los prisioneros a presencia del jefe de la columna
teniente coronel Rodríguez de León, para que este dispusiera la
ejecución de ambos, pues en aquellos tiempos – y durante toda la
campaña – los españoles fusilaban, sin formación de causa, sin
oirles, a cuantos cubanos capturaban o encontraban por los campos,
mejor dicho: los asesinaban....
El jefe
español, buscando información sobre el enemigo, interrogó al
mulato para saber el número de las fuerzas cubanas, su armamento,
bajas durante el combate y demás detalles del caso; el astuto mulato
para salvar su vida y la del joven que le acompañaba declaró al
teniente coronel que su amo, Agramonte, había caído en el combate,
Rodríguez de León entonces le prometió perdonarles la vida si
guiaban sus tropas al lugar donde yacía el general y mandó al
comandante Ceballos, con medio batallón, a verificar tal servicio,
en tanto que le destacó una patrulla de guerrilleros montados que
viniera a esta ciudad a comunicar al comandante general de la Plaza
la buena nueva para las armas gubernamentales.
Ceballos, guiado por
el mulato mambí, que era práctico de el terreno que pisaba, volvió
a Jimaguayú, recogió el cadáver del prócer y retornó enseguida a
Cachaza, se unió al grueso de las fuerzas que inmediatamente
emprendió el regreso a esta ciudad y donde ya el bando integrista
los esperaba para dispensarle los honores y agasajos patrioteros de
rigor.
Así
fue como los españoles ocuparon el cadáver de Agramonte;
es falso que fuera un soldado aragonés en que, merodeando despojara
al occiso de una cartera reveladora, más tarde, de la personalidad
del caído; como es falso también que éste fuera muerto por un
cubano, ni por una bala de revólver de la caballería insurrecta;
esas fueron patrañas echadas a correr por personas poco escrupulosas
por no decir malvadas, ignorantes y mal intencionadas, tal vez por
espíritu de venganza o de envidia.
Lo
demás ya lo sabemos: por la tarde del doce la incineración del
cadáver y por la noche retretas, bailes, y el obligado banquete del
Teniente Coronel Rodríguez de León, celebrado en medio de la calle
de Candelaria entre Soledad y Santa Ana, (ahora Independencia entre
Estrada Palma y General Gómez) en cuyo acto algunos cubanos
asistentes al homenaje al militar español alzaron sus copas de
modesta sidra asturiana (sucedánea del aristocrático y costoso
campaña), y brindaron fogosamente por la tiranía y la opresión...
Nota:
Se ha respetado la ortografía del original
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