Cuentan que el 23 de diciembre de 1841, en la amplia casona próxima a la iglesia de La Merced, el trajín de familia y servidumbre rompió sus cánones habituales: Doña Filomena estaba de parto.
Dicen que, inmediatamente que se anunció el nacimiento de un varón, la puerta principal se abrió, como respuesta a un movimiento mágico, para dar paso a un vientecillo cálido, acompañado de una estela de luz multicolor. Grande, muy grande, fue el asombro de los allí presentes cuando, unos tras otros, musas y dioses, griegos y romanos, ataviados de sus más hermosos ropajes, invadieron la intimidad del momento.
Camagüey, abril 1 de 1871.
Ángel mío, Amalia idolatrada:
¡Con cuánta alegría, leí ayer tus cartas del 26 de Agosto y 29 de Septiembre! ¡Muy atrasadas son; pero hace tiempo que no leía carta tuya! Antes solo había recibido una, creo que del 7 de Septiembre. ¡Cuánto he gozado con la pintura que me haces de nuestro Ernesto y de sus gracias! ¡Ay, quién te viera y quién lo viera a él! De nuestro segundo chiquitín, nada sé. Supongo que por una de Simoni del 28 de diciembre que habrá nacido en los primeros días, de este año. ¡Como lucha el corazón, bien mío, uno y otro día, en todos los momentos de la vida, con esa separación de las prendas que así adora! ¡Que honda amargura encierra el pecho, porque no te veo, y vivo lejos de ti! Y sin embargo me siento dichoso cuando pienso en que amas y que con frecuencia piensas en mí.
Pancho Agramonte (hijo) me ha dado algunas noticias de ti y de la familia, pero insuficientes, y las cartas que traía se perdieron.
No tengas cuidado por Mª, fuera de los combates, donde hago lo que es de mí, deber hacer, me cuido bastante. Ni creas que carezco de cosas indispensables, hasta ahora siempre he tenido dos o tres mudas de ropas, y aquí son tan pocas las necesidades. En cuanto a enfermedades no he tenido ni la más ligera fiebre. Puedes estar tranquila, mi dulce bien, y confiemos en que nuestra dicha al volver a juntarnos, y la libertad de Cuba, compensen pronto todos los sacrificios.
No puedo extenderme más, el portador que será el Gral. B. Varona está preciso (lleva una comisión importante) y quiere otras cartas. Le encargo haga una visita a la familia, y que te cuente todas las cosas de por acá.
Cariñosos recuerdos a Manuelita, Matilde y Ramón (a Simoni le escribo) y un millón de besos a los chiquitines.
Tú, Amalia idolatrada, recibe toda el alma, que te adora delirante, tu esposo
Ignacio.
Ángel mío, Amalia idolatrada:
¡Con cuánta alegría, leí ayer tus cartas del 26 de Agosto y 29 de Septiembre! ¡Muy atrasadas son; pero hace tiempo que no leía carta tuya! Antes solo había recibido una, creo que del 7 de Septiembre. ¡Cuánto he gozado con la pintura que me haces de nuestro Ernesto y de sus gracias! ¡Ay, quién te viera y quién lo viera a él! De nuestro segundo chiquitín, nada sé. Supongo que por una de Simoni del 28 de diciembre que habrá nacido en los primeros días, de este año. ¡Como lucha el corazón, bien mío, uno y otro día, en todos los momentos de la vida, con esa separación de las prendas que así adora! ¡Que honda amargura encierra el pecho, porque no te veo, y vivo lejos de ti! Y sin embargo me siento dichoso cuando pienso en que amas y que con frecuencia piensas en mí.
Pancho Agramonte (hijo) me ha dado algunas noticias de ti y de la familia, pero insuficientes, y las cartas que traía se perdieron.
No tengas cuidado por Mª, fuera de los combates, donde hago lo que es de mí, deber hacer, me cuido bastante. Ni creas que carezco de cosas indispensables, hasta ahora siempre he tenido dos o tres mudas de ropas, y aquí son tan pocas las necesidades. En cuanto a enfermedades no he tenido ni la más ligera fiebre. Puedes estar tranquila, mi dulce bien, y confiemos en que nuestra dicha al volver a juntarnos, y la libertad de Cuba, compensen pronto todos los sacrificios.
No puedo extenderme más, el portador que será el Gral. B. Varona está preciso (lleva una comisión importante) y quiere otras cartas. Le encargo haga una visita a la familia, y que te cuente todas las cosas de por acá.
Cariñosos recuerdos a Manuelita, Matilde y Ramón (a Simoni le escribo) y un millón de besos a los chiquitines.
Tú, Amalia idolatrada, recibe toda el alma, que te adora delirante, tu esposo
Ignacio.
Un amor único
Entre las cartas sin fechas y que algunos estudiosos presuponen sea de 1967 se encuentra el siguiente texto recogido por su nieto Eugenio Agramonte Betancourt ene su libro Ignacio Agramonte y la Revolución Cubana.
El bien que me hacen tus cartas es inexplicable, Amalaia mía; yo no puedo expresarte lo que siento cuando en ellas leo que nadie me idolatra como tú, que a nadie le hace tanta falta mi cariño como a tí; una protesta tuya de amor, Amalia, siempre produce el mismo efecto que la primera que de tus labios oí o que la primera vez que pude comprender que me amabas: nunca encuentro habituadas a ellas las fibras del corazón, siempre la acojo y me colma de gozo como si antes ignorara que me amases. Sí, bella mía, quisiera oírte incesantemente que me quieres como no es posible querer a nadie más, y que te es necesario mi cariño; mi carilo que excede a todos; cuya inmensidad no es posible exagerar y que desafía por su duración a la misma muerte, como por su constancia a las mayores contrariedades.
Ignacio
El bien que me hacen tus cartas es inexplicable, Amalaia mía; yo no puedo expresarte lo que siento cuando en ellas leo que nadie me idolatra como tú, que a nadie le hace tanta falta mi cariño como a tí; una protesta tuya de amor, Amalia, siempre produce el mismo efecto que la primera que de tus labios oí o que la primera vez que pude comprender que me amabas: nunca encuentro habituadas a ellas las fibras del corazón, siempre la acojo y me colma de gozo como si antes ignorara que me amases. Sí, bella mía, quisiera oírte incesantemente que me quieres como no es posible querer a nadie más, y que te es necesario mi cariño; mi carilo que excede a todos; cuya inmensidad no es posible exagerar y que desafía por su duración a la misma muerte, como por su constancia a las mayores contrariedades.
Ignacio
Agramonte
Pedro Mendoza Guerrero
Cuba tuvo un Agramonte,
Un hijo del Camagüey,
Que fue a combatir al monte
A los soldados del Rey.
Cayó en su puesto de honor
El hijo del Camagüey,
Y el muerto causó pavor
A los soldados del rey.
Y su cadáver augusto
Quemaron en Camagüey
Porque el muerto daba susto
A los soldados del Rey.
Cuba tuvo un Agramonte,
Un hijo del Camagüey,
Que fue a combatir al monte
A los soldados del Rey.
Cayó en su puesto de honor
El hijo del Camagüey,
Y el muerto causó pavor
A los soldados del rey.
Y su cadáver augusto
Quemaron en Camagüey
Porque el muerto daba susto
A los soldados del Rey.
El Mayor
Silvio Rodríguez
(A la memoria del Mayor General Ignacio Agramonte y
Loynaz, en el centenario de su caída en
combate en la sabana de Jimaguayú, el 12 de
mayo de 1873).
El hombre se hizo siempre de todo material:
devillas señoriales o barrio margina.
Todaépoca fue pieza de un rompecabezas
parasubir la cuesta del gran reino animal,
con una mano negra y otra blanca mortal.
Mortales ingredientes armaron al Mayor:
luz de terratenientes y de Revolución:
destreza de la esgrima, sucesos como un preso,
Amaliaabandonada por la bala, la vergüenza, elamor;
o un fusilamiento, un viejo cuento modelaron su adiós.
Va cabalgando El Mayor con su herida,
y mientras más mortal el tajo, es más de vida.
Va cabalgando sobre una palma escrita,
y a la distancia de cien años resucita.
(A la memoria del Mayor General Ignacio Agramonte y
Loynaz, en el centenario de su caída en
combate en la sabana de Jimaguayú, el 12 de
mayo de 1873).
El hombre se hizo siempre de todo material:
devillas señoriales o barrio margina.
Todaépoca fue pieza de un rompecabezas
parasubir la cuesta del gran reino animal,
con una mano negra y otra blanca mortal.
Mortales ingredientes armaron al Mayor:
luz de terratenientes y de Revolución:
destreza de la esgrima, sucesos como un preso,
Amaliaabandonada por la bala, la vergüenza, elamor;
o un fusilamiento, un viejo cuento modelaron su adiós.
Va cabalgando El Mayor con su herida,
y mientras más mortal el tajo, es más de vida.
Va cabalgando sobre una palma escrita,
y a la distancia de cien años resucita.
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