Con La(s) Vergüenza(s)



Por Msc. María Delys Cruz Palenzuela

Transcurridos los tres primeros años de la Guerra Grande, a finales de noviembre de 1871 no son pocos los que solicitan entrevistarse con Ignacio Agramonte, para persuadirlo de abandonar la lucha.
Quienes se han aproximado a la trayectoria militar del Héroe Epónimo del Camagüey conocen del voluminoso número de acciones de armas en las que intervino durante el período, marcado por el trascendental Rescate de Sanguily el 8 de octubre del citado año.
En la sabana de La Redonda, sin que aún se precise el día exacto, reitero, finales de noviembre del ‘71, se produce el histórico encuentro en el que El Mayor atiende a la interrogante de quienes creen que la guerra está perdida.
El cuestionamiento se centraba en la falta de armas y municiones para continuar la lucha, y ya sabemos los camagüeyanos de la rotunda respuesta.
¿Con la vergüenza o con las vergüenzas ?
La historiografía recoge ambas expresiones indistintamente, sobre lo que sostengo el criterio de que cualquiera de las dos podría ser válida.
Si como apunté no está definido el día del acontecimiento, mucho menos la exactitud del singular o el plural empleado, lo que quedó a voluntad e interpretación de los escuchas y posteriormente de quienes lo transmiten.
Podía ser la tercera acepción del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española: “Estimación de la propia honra o dignidad” en el caso del singular, o la octava: “órganos sexuales externos del ser humano”, para el plural, si se tiene en cuenta que la decencia de la época no expresaba tan impúdicamente el vocablo en boga por estos tiempos, dada las circunstancias en las que fuera preciso aludirlo, tal es el caso.
Con la vergüenza o con las vergüenzas, conllevan a que El Mayor estaba determinado a continuar luchando por la independencia de Cuba con y por los medios de fueses necesarios, no importaba cuáles, de lo que hasta ese momento había dado fe más que suficiente.
Desde los días de la Sabatina, cuando expresaba que “La justicia, la verdad, la razón, sólo pueden ser la suprema ley de la sociedad” o cuando en la reunión del Paradero de Las Minas, el 26 de noviembre de 1868 decidió acabar con los cabildeos y enuncia que el único camino de Cuba para conquistar la independencia de España era el de las armas,
evidencia de la estima a su propia honra.
Solo una formación familiar como la que tuvo Agramonte le daban el derecho e levantar la voz como lo hizo en aquel momento y persuadir a sus compañeros para consolidar el levantamiento independentista en el territorio y así, como expresara Fidel, prestar el primer servicio extraordinario a la lucha.
Podrían ser uno, diez, cientos, miles, los hombres de la guerra que en conversación martiana dijeran que Aquel era valor, y hablar de lo mucho que lo querían y de las ganas que les daban de morir por él, porque les inculcó su espíritu, su ejemplo, su manera de amar y sus virtudes, forjados en el seno de la familia.
Sin preparación militar, pero por vergüenza o por sus vergüenzas, le demostró al enemigo su capacidad para organizar cada combate, sus dotes para lograr la disciplina, para saber ser diamante con alma de beso con sus soldados, para echarles discursos de honor y “salarlos” cuando era preciso.
Pocos como Máximo Gómez apreciaron la obra de Agramonte al asumir el mando del Camagüey luego de su trágica caída en combate: “me he encontrado un violín con muy buenas cuerdas y muy bien templado, y yo no he hecho más que pasarle la bastilla”.
De su amor por Amalia dan fe sus vibrantes cartas; ¡cómo la quería aquel hombre!, fue notorio entre sus hombres, ¡se conocía cuando pensaba en ella; porque era cuando se paseaba muy de prisa, con las manos a la espalda, arriba y abajo!
No podemos sustraernos del hecho que nos motiva hoy a abordar la figura de El Mayor en estas páginas: el aniversario 145 de su caída en combate el 11 de mayo de 1873, en el potrero de Jimaguayú, víctima de “… muerte gloriosa pero sombría, que llega en el momento en que el general abandona su puesto para ocupar el de soldado...”, como escribió Juan J.E. Casasús, suceso que ha trascendido en más de medio centenar de versiones, y que entre los años 2005 y 2006 fue objeto de investigación por un grupo de expertos del país y de la localidad, de lo que se derivó el libro “Ignacio Agramonte y el combate de Jimaguayú” editado por Ciencias Sociales en el 2007, que recomiendo su consulta.
Me ocupa hoy el tema de la o las vergüenzas, no en el orden semántico, sino por lo que prevaleció en los sentimientos de nuestro Mayor, y el legado a su pueblo. Tampoco me anima el propósito de que el lector se adhiera a una u otra expresión; en definitiva, hasta hoy, no se ha dicho la última palabra al respecto.
Vale entonces apelar a la o a las vergüenzas para que, en las muchas batallas que aún debemos librar, honremos el gentilicio de agramontinos.